Ecología del matrimonio
Por María Blanco *
A veces escribir sobre
algo cercano, íntimo o muy querido resulta trabajoso; pues la inmediatez, la
intimidad y el afecto, dificultan exponer con toda su grandeza y su belleza la
realidad cotidiana, natural, sencilla. Es lo que ocurre con el matrimonio.
¿Qué
es realmente el matrimonio? ¿Es una realidad jurídica? Efectivamente, el Derecho
no debe hacer otra cosa que proteger la realidad natural; lo cual no resta
poesía a la vida. Permite, a veces, que haya poesía. El contenido jurídico no
supone que los cónyuges vayan con el Código Civil debajo del brazo; como tampoco
una madre al dar de mamar a su hijo, actúa pensando que cumple así la obligación
de alimientos que prevé el mismo texto legal.
El matrimonio es
un proyecto de vida común entre un hombre y una mujer establecido por amor y con
unas reglas de juego que marca la naturaleza. Hay que protegerlo como se protege
la naturaleza para no desvirtuar el ecosistema. Y esa protección incluye no
lanzarse temerariamente a experimentos: puestos a experimentar, en cosas que
afectan a la vida del hombre, nadie se aventura a ver qué pasa con una idea sin
probarla antes con
ratas.
Si distinguimos el
tomate natural del transgénico, razón de más para distinguir el matrimonio de
los sucedáneos. Si protegemos celosamente los fundamentos de la economía, razón
de más para proteger los fundamentos de la sociedad. Poner en circulación moneda
falsa es devaluar la moneda auténtica y poner en peligro el sistema económico y
algo semejante, pero mucho más grave, sucedería con la falsificación del
matrimonio. Así se entiende que el CGPJ haya dicho, respecto al proyecto de
reforma del concepto de matrimonio, que no se puede "desnaturalizar una
determinada institución jurídica que presenta unas características bien claras".
Esto es, la complementariedad sexual no es cuestión de roles o de ideologías,
forma parte de la ecología del matrimonio y de su naturaleza jurídica.
Esa
complementariedad natural es garantía de la pervivencia –no sólo física, sino
psicológica, afectiva– de la especie y de la civilización humanas. Y eso es lo
específico del matrimonio y lo que a la sociedad y, al Derecho, le interesa
proteger. Hay otras relaciones que implican compromiso, cierto proyecto de vida
común, cariño e interdependencia emocional e incluso financiera, exista o no un
componente sexual (porque la ley no puede obligar a declarar si la relación
establecida tiene o no ese componente); y, siendo protegidas estas relaciones
por el Derecho no se configuran como matrimonios, (por ejemplo, la relación
entre una señora que cuida a una anciana durante años, a veces, muchos
años).
¿Por qué proteger el
matrimonio tal y como se entiende ahora? La respuesta por evidente, es difícil
de aceptar: porque esa unión –hombre y mujer– está también al servicio de la
conservación en condiciones propiamente humanas de la especie –lo que supone
bastante más que la mera procreación–, y por tanto de la sociedad (que es lo que
debe proteger el Derecho). El hecho de que algunas parejas no tengan hijos no
determina el fin del matrimonio. Como en todo, la excepción confirma, no
invalida la regla. Las actuaciones individuales no invalidan los objetivos de
una institución (que uno use el móvil para fanfarronear no significa que el
móvil no esté ordenado –en sí mismo– para la comunicación).
Como
leí en un artículo, el matrimonio desligado de la heterosexualidad pasa a ser
mero contrato de convivencia o, según los casos, de conveniencia: si el
matrimonio se priva primero de estabilidad y permanencia y luego de
heterosexualidad, ¿qué queda del matrimonio?. Disociar matrimonio y familia es
perder de vista su potencia natural; es como centrarse en la simiente y
olvidarse del árbol y los frutos.
En una conferencia
escuché que "ante los impactos ambientales, parece necesario aplicar una
ingeniería de la regeneración de los ecosistemas. Hoy día ya existe la capacidad
de desarrollarla y aplicarla, pero como pasa siempre, es un problema de
intereses, prioridades y dinero". ¿Por qué no invertimos nuestros mejores
esfuerzos en la protección del matrimonio (no los sucedáneos) y la familia?. Al
fin y al cabo ahí nos jugamos el futuro de los pobladores de la tierra, el
ecosistema humano.
* Profesora de
Derecho Eclesiástico del Estado
Fuente: 22 de
enero de 2005 La Estafeta de
Navarra